Ahora sé que su corazón
estaba blindado
y en cambio, el mío,
era como un tambor aporreado.
¿Sabes? No me paré a pensar
mientras guardaba
todas mis cosas para correr detrás
de una corazonada.
Por esos días que tuvimos en las manos...
Tres meses atrás.
Nueve de marzo. Todo era raro, diferente, nuevo e interesante. Por alguna casualidad que no llego a comprender, fui yo quien le propuse tomar unas cervezas aquella tarde. Tenía los ojos verdes, las rastas cortitas, un piercing en la lengua y mucha, mucha labia.
Tras tres cervezas o cuatro, me moría por besarle.
Hicimos muchos planes, todos tan a corto plazo que, dejé de reconocerme por momentos. Dos días después, ya estábamos compartiendo colchón.
Las cervezas se hicieron nuestras compañeras cada tarde, los besos y la interminable conversación, también. Siempre nos despedíamos con una próxima vez planeada.
Hubo muchas noches, cada una con su mañana, y muchas más tardes.
Todo parecía perfecto. Rompió mi barrera de golpe. Yo fui incapaz de atravesar la suya.
Y de un día para otro, como si todo estuviese más que hablado, hemos perdido el contacto. Porque yo tengo mis razones, razones de piedra para no volver a mirarle. Me gustaría saber las suyas.
Ahora, sigue teniendo los ojos tan verdes, el piercing en la lengua, más labia que nunca y las rastas más largas.