Hay dos días en la vida para los que no nací, dos momentos en la vida que no existen para mí. El primero de esos días fue cuando te conocí.... El segundo de esos días fue justo el que te perdí.
Sufro de fuerte dependencia de tí. Arrastro esta enfermedad desde hace tres años y conforme pasa el tiempo se hace más complicada. La distancia no es buena terapia.
Al final he optado por el camino fácil: esperar, o más bien esperar-te.
Rememorando esos días en que erámos novedad el uno para el otro, siento melancolía. Eramos dos desconocidos que con interminables conversaciones telfónicas llegaron a ser dos... dos. Llegamos a ser dos y eso es lo más importante, sentíamos esa terrible necesidad el uno del otro. Ansiábamos nuestro primer reencuentro que se convirtió en el primero de una larga lista, y que ninguno olvidaría. Sólo un mes después de conocernos.
Un poquito de valor nos faltó a ambos, aunque a mi favor tenía esa falta de madurez. Y dejamos pasar los meses y con ellos, los años. Y seguimos viendonos en contadas ocasiones en muchos y diversos lugares. Y tú seguiste haciendo crecer mis expectativas, mis ilusiones y a la vez borrándolas de golpe. No nos entendimos lo suficiente o tal vez, nos entendimos demasiado. Te quise. Dijiste que me querías. Te lo dije yo a tí.
Y el tiempo siguió pasando, como lo sigue haciendo en estos momentos. Yo aquí, dedicandote mis pensamientos y tú a saber dónde y pensando en quién.
Aun así, la dependencia que mis sentimientos tienen de tí es severa. Aunque pasen los años, aunque no me hables, aunque no quieras saber de mí, aunque ya me hayas olvidado. Yo sigo aquí, por tí.
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