Dos años y once meses. Alrededor de mil sesenta y cinco días. Tres inviernos, tres primaveras, tres otoños, casi tres veranos.
Guissona, Garray, Barcelona y Zaragoza.
Más de trescientos kilómetros.
Decenas de llamadas y otros tantos mensajes.
Sobres de azúcar, paquetes de chicles, tarjetas de visita, bolígrafo rojo, prefijo 93, billetes de autobús, mapa del metro, folletos de información, la torre de Colón, el Maremagnum, el Tibidabo, un banco de piedra junto al río Tera, el frío en verano, tu camiseta gris, el redbull, los gatos, un charco en los pasajes del metro, caminata por el Parc Güell, ver Barcelona en moto, comer en un mejicano, las llamadas nocturnas, una noche en la Barceloneta, aguantar las lágrimas en cada despedida, tus manos, un céntimo, la casualidad, los romanos, la distancia y sobre todo, la ilusión.
Y un largo etcétera de recuerdos enredados, de palabras y de besos, de miradas y esos abrazos.
Un trocito más de tí, de mí, de estos casi casi casi tres años.
Guissona, Garray, Barcelona y Zaragoza.
Más de trescientos kilómetros.
Decenas de llamadas y otros tantos mensajes.
Sobres de azúcar, paquetes de chicles, tarjetas de visita, bolígrafo rojo, prefijo 93, billetes de autobús, mapa del metro, folletos de información, la torre de Colón, el Maremagnum, el Tibidabo, un banco de piedra junto al río Tera, el frío en verano, tu camiseta gris, el redbull, los gatos, un charco en los pasajes del metro, caminata por el Parc Güell, ver Barcelona en moto, comer en un mejicano, las llamadas nocturnas, una noche en la Barceloneta, aguantar las lágrimas en cada despedida, tus manos, un céntimo, la casualidad, los romanos, la distancia y sobre todo, la ilusión.
Y un largo etcétera de recuerdos enredados, de palabras y de besos, de miradas y esos abrazos.
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