miércoles, 6 de enero de 2010

Despedidas que no valen nada.

Intenté ahogar mis lágrimas. Forcé mi voz para que sonara firme y serena.
Sólo fui capaz de hablarte con los ojos, con las manos. De mi boca no escuchaste un sólo adiós, sigo sin creer en las despedidas. Un abrazo que encerró todo sentimiento en uno. Y mi mano no quería despegarse de la tuya. Sonreíste.
El mundo se había quedado vacío, mi mundo había muerto sin tí. Tirar de la maleta fue un gran reto para mí, en ella arrastraba tu recuerdo. Subí al autobús y te aseguro que me convencí de no llorar mientras veía todas aquellas parejas despidiéndose. Me faltábas tú.
Empezó el viaje y ¿sabes? hubiera saltado por la ventana en dirección, nuevamente, a tu casa. Conforme los metros y kilómetros nos emezában a separar cada vez más, el vacío iba ganando terreno dentro de mí.
Cuando alguien me preguntó cómo me fue el viaje, no fui capaz de pronunciar ni un "bien".
Me costó llorarte más que nunca. Quizá sea porque por primera vez ni las lágrimas serían capaces de calmarme. Sigo queriéndote y sigo sin ser capaz de decirtelo. Y si tu dijiste que me quieres un montón, que sepas que yo te quiero dos montones.
¿Cuándo seremos capaces de lanzarnos al abismo de la mano? Aun así, no me canso de esperarte. Sé que mi espera valdrá la pena de una u otra manera.
Y así, después de un adiós que convertí en "hasta luego". Dame un mesecito o un poco más y de nuevo, volveremos a vivir. Porque sólo contigo mi corazón late plenamente, sólo se vivir contigo.
Quiero tu mano una vez más, aunque sea la última.
Siempre, Barcelona en mis entrañas.
Por tus recuerdos.
Por tí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No sabía del desierto

No sabía que también había desiertos que desembocaban en el mar. Recuerdo cómo durante aquellos primeros meses del año, un sentimiento devas...