El verano ha acabado o por lo menos para mí. Junio daba una perspectiva de un agosto diferente, un agosto ansiado. Ahora en mi muñeca sigo luciendo la pulsera de aquel festival que, aunque realmente no sea así, queda ya muy lejos. Fueron días de playa, de cerveceo, de calimochos a las 7 de la tarde, de noches en la playa,... Fueron días, pero para mí fueron más bien noches.
El 1 de agosto empezó todo, el destino hizo de las suyas una vez más. De nuevo, una piedra del camino con nombre y apellidos.
Tal vez fue la falta de control de la situación lo que lo hizo tan especial. Las horas en la playa no dejaban de pasar, pero la conversación estaba lejos de acabarse. Sólo me hicieron falta unos minutos, que pasamos separados, para darme cuenta de lo que podría llegar a suceder. A causa del alcohol mi siguiente recuerdo se sitúa en las tumbonas de la playa mirando las estrellas y sacando parecido a las nubes que había esa noche. No sé porqué razón nos levantamos de allí, y me dio un abrazo alegando que tenía frío. Luego vino un beso, y otro en movimiento hasta que llegamos a la tienda de campaña.
Y las noches se sucedieron parecidas, llenas de abrazos, besos y caricias. Al principio todo era algo normal, pero en algún momento que se me escapa a la razón, me arañó el corazón. Los últimos conciertos los pasamos abrazados, bailando incansablemente, tal vez sabiendo que podría no repetirse jamás.
La noche de la despedida elegimos no dormir. Un baño en la playa al amanecer sellaba aquella última promesa que nos habíamos hecho.
Era nostalgia lo que yo vi en sus ojos y lo que, seguramente, vio en los míos. Aquel adiós lo convertimos en hasta luego.
Hoy de él me quedan unas bolas de malabares, cientos de recuerdos y los mensajes que nos seguimos escribiendo. Hoy de él me queda la despedida de su último mensaje: 'te espero en Albacete'.
Esto, ha sido algo inesperado. ¿Cosas del destino? Quien sabe. Lo único que sé es que de entre más de 30000 personas, él se ha cruzado en mi camino. Y es increíble. Yo sí que creo en el destino.
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