13 de marzo de 2010
Igual ni te acuerdas, ya hace dos años de aquello. Mis nervios me habían impedido comer y dormir durante una semana y, por fin, a las 5 de la mañana me sonó el despertador. El viaje se retrasó más de lo normal pero por fín, una espesa nube gris nos avisába de que entrábamos en Barcelona.
Cuando te ví aparecer sentí miedo. Cuando te saludé sentí rabia.
Me enseñaste las ramblas y dimos una vuelta en moto, hablamos de nada y ni nos miramos a los ojos. Todo por miedo.
Mantuve la distancia a pesar de que tú bien sabías que nuestras manos, nuestros ojos y nuestros labios querían reencontrarse. Intentamos aparentar ser fríos, no tratar temas que pudieran dañarnos. Intentamos ser amigos por unas horas.
Llegó la despedida, en mi interior sentía un gran sosiego y mucha tranquilidad, pensába que había superado la prueba, que era capaz de verte y no sentir más de lo que sentía y que sobre todo, que era capaz de no querer besarte y sólo verte como un simple amigo. Estaba equivocada.
Fuí a darte dos besos, en tus ojos podía ver tristeza, muchos recuerdos y mucha rabia. Sin saber ni cómo ni porqué, nos besamos. Subí al bus y tuve que volver a bajar para besarte de nuevo y decirte que, volvería a llamarte a casa y a ponerme nerviosa cada vez que marcara ese 93 de prefijo.
Un adiós que me dejó más abatida que otra cosa. Un adiós que no fue más que nuestro tercer 'hasta luego'.
Y yo lo sigo recordando, porque fue ese día cuando tuve que 'bajarme los pantalones' y reconocer que algo no iba bien. Tuve que decirme a mí misma, que lo que sentía, era real.
A día de hoy, no ha cambiado nada de ese sentimiento. Te sigo queriendo como el primer y el último día que te ví.
Por eso, siempre llevaré Barcelona en mis entrañas. Una ciudad que es parte de mi piel, de mi corazón, y porqué no, yo soy parte de ella.
Igual ni te acuerdas, ya hace dos años de aquello. Mis nervios me habían impedido comer y dormir durante una semana y, por fin, a las 5 de la mañana me sonó el despertador. El viaje se retrasó más de lo normal pero por fín, una espesa nube gris nos avisába de que entrábamos en Barcelona.
Cuando te ví aparecer sentí miedo. Cuando te saludé sentí rabia.
Me enseñaste las ramblas y dimos una vuelta en moto, hablamos de nada y ni nos miramos a los ojos. Todo por miedo.
Mantuve la distancia a pesar de que tú bien sabías que nuestras manos, nuestros ojos y nuestros labios querían reencontrarse. Intentamos aparentar ser fríos, no tratar temas que pudieran dañarnos. Intentamos ser amigos por unas horas.
Llegó la despedida, en mi interior sentía un gran sosiego y mucha tranquilidad, pensába que había superado la prueba, que era capaz de verte y no sentir más de lo que sentía y que sobre todo, que era capaz de no querer besarte y sólo verte como un simple amigo. Estaba equivocada.
Fuí a darte dos besos, en tus ojos podía ver tristeza, muchos recuerdos y mucha rabia. Sin saber ni cómo ni porqué, nos besamos. Subí al bus y tuve que volver a bajar para besarte de nuevo y decirte que, volvería a llamarte a casa y a ponerme nerviosa cada vez que marcara ese 93 de prefijo.
Un adiós que me dejó más abatida que otra cosa. Un adiós que no fue más que nuestro tercer 'hasta luego'.
Y yo lo sigo recordando, porque fue ese día cuando tuve que 'bajarme los pantalones' y reconocer que algo no iba bien. Tuve que decirme a mí misma, que lo que sentía, era real.
A día de hoy, no ha cambiado nada de ese sentimiento. Te sigo queriendo como el primer y el último día que te ví.
Por eso, siempre llevaré Barcelona en mis entrañas. Una ciudad que es parte de mi piel, de mi corazón, y porqué no, yo soy parte de ella.
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